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lunes, 26 de agosto de 2013

El laberinto


Pierre Colline


Veo un ratón, pequeño, blanco; el color aquí puede ser indiferente, porque lo que debe tener mayor relevancia es la actitud que el pequeño roedor tendrá ante una situación límite. Se dice que a las personas podemos conocerlas, verdaderamente, en situaciones extremas, dicen que es en momentos límites cuando el ser humano muestra realmente cómo es.

El ratón con sus brillantes e inquietos ojos saltones tendrá que ir sorteando los obstáculos que se irá encontrando en el laberinto que un tipo ocioso y aburrido ha construido para él, sin que en momento alguno haya tenido en cuenta la voluntad del ratón que como animal que es, según las ideas de los hombres, no está dotado con el libre albedrío que sin embargo parece que es algo natural en los seres humanos, ¿libre albedrío los seres humanos? Claro, porque pueden tomar decisiones a la hora de elegir un camino o abandonarlo, bueno, esto es a groso modo, porque el tema en sí da para escribir muchos libros.

Vayamos al ratón, sí,  a ese pequeño ratón blanco que hemos dejado dispuesto a conseguir su objetivo: encontrar el rico manjar que el tipo ocioso y aburrido ha colocado al final del laberinto. Pero el ratón no sabe que en el camino hacia ese fin tendrá que sortear muchos obstáculos, y enfrentarse con la trampa que no espera encontrarse, porque no es intuitivo ni adivino. Pero ¿se preguntará nuestro pequeño protagonista quién, o qué es lo que hizo que él esté en ese punto de partida dispuesto a recorrer su camino? No, con toda seguridad no se haga esta pregunta del mismo modo que muchos seres humanos tampoco se hacen ciertas preguntas, porque es más funcional y práctico no hacer preguntas y dejarse llevar por la corriente de los acontecimientos sin interferir en ellos.

Del mismo modo que el ratón, un hombre, por causas ajenas a su voluntad, a pesar de estar dotado de libre albedrío, ha sido situado en un laberinto del que ha de encontrar la salida, no sin antes sufrir y derribar cualquier obstáculo que se lo impida. El gran hacedor de este laberinto, al igual que el ocioso y aburrido hombre del ratón, dispondrá las trampas suficientes para que este hombre no llegue hasta el final sin que sufra en el intento.
Este hombre cual ratón en su laberinto ha sido puesto en marcha y tendrá que luchar contra el cinismo, la crueldad, la inescrupulosidad, la perversidad, la necedad, la ruindad, la cerrazón, la falta de sentido común, la ignorancia (aquella tan mala consejera), y la mediocridad entre otros muchos defectos de los que el ser humano es poseedor.

El ratón busca a través de su olfato el queso y en la última calle del laberinto cuando ya visualiza el premio, está la trampa: un gran gato pardo dispuesto a devorarlo.

¿Qué habrá sido de nuestro hombre en su laberinto, las mantis lo devorarán después de haberlo hecho sufrir y pagar con creces la osadía de haberlas querido amar?

Del libro de relatos inconcluso “Amor de usar y tirar” (Annamattareja Ediciones, 1989).

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