Pierre Colline
Veo un ratón, pequeño, blanco; el color aquí puede ser
indiferente, porque lo que debe tener mayor relevancia es la actitud que el
pequeño roedor tendrá ante una situación límite. Se dice que a las personas
podemos conocerlas, verdaderamente, en situaciones extremas, dicen que es en
momentos límites cuando el ser humano muestra realmente cómo es.
El ratón con sus brillantes e inquietos ojos saltones
tendrá que ir sorteando los obstáculos que se irá encontrando en el laberinto
que un tipo ocioso y aburrido ha construido para él, sin que en momento alguno
haya tenido en cuenta la voluntad del ratón que como animal que es, según las
ideas de los hombres, no está dotado con el libre albedrío que sin embargo
parece que es algo natural en los seres humanos, ¿libre albedrío los seres
humanos? Claro, porque pueden tomar decisiones a la hora de elegir un camino o
abandonarlo, bueno, esto es a groso modo, porque el tema en sí da para escribir
muchos libros.
Vayamos al ratón, sí,
a ese pequeño ratón blanco que hemos dejado dispuesto a conseguir su
objetivo: encontrar el rico manjar que el tipo ocioso y aburrido ha colocado al
final del laberinto. Pero el ratón no sabe que en el camino hacia ese fin
tendrá que sortear muchos obstáculos, y enfrentarse con la trampa que no espera
encontrarse, porque no es intuitivo ni adivino. Pero ¿se preguntará nuestro
pequeño protagonista quién, o qué es lo que hizo que él esté en ese punto de
partida dispuesto a recorrer su camino? No, con toda seguridad no se haga esta
pregunta del mismo modo que muchos seres humanos tampoco se hacen ciertas
preguntas, porque es más funcional y práctico no hacer preguntas y dejarse
llevar por la corriente de los acontecimientos sin interferir en ellos.
Del mismo modo que el ratón, un hombre, por causas ajenas a
su voluntad, a pesar de estar dotado de libre albedrío, ha sido situado en un
laberinto del que ha de encontrar la salida, no sin antes sufrir y derribar cualquier
obstáculo que se lo impida. El gran hacedor de este laberinto, al igual que el
ocioso y aburrido hombre del ratón, dispondrá las trampas suficientes para que
este hombre no llegue hasta el final sin que sufra en el intento.
Este hombre cual ratón en su laberinto ha sido puesto en
marcha y tendrá que luchar contra el cinismo, la crueldad, la inescrupulosidad,
la perversidad, la necedad, la ruindad, la cerrazón, la falta de sentido común,
la ignorancia (aquella tan mala consejera), y la mediocridad entre otros muchos
defectos de los que el ser humano es poseedor.
El ratón busca a través de su olfato el queso y en la
última calle del laberinto cuando ya visualiza el premio, está la trampa: un
gran gato pardo dispuesto a devorarlo.
¿Qué habrá sido de nuestro hombre en su laberinto, las
mantis lo devorarán después de haberlo hecho sufrir y pagar con creces la
osadía de haberlas querido amar?
Del libro de relatos inconcluso “Amor de usar y tirar”
(Annamattareja Ediciones, 1989).